Al auriga Eutiques de veintidós años. Descansan en este sepulcro los restos de un auriga principiante, bastante diestro en el manejo de las riendas: yo que montaba sin miedo carros tirados por cuatro caballos. Sin embargo, no obtuve permiso para conducir más que los de dos. Los hados, los crueles hados, a los que no es posible oponer resistencia, tuvieron celos de mi juventud. Y, al morir, no me fue concedida la gloria del circo, para evitar que me llorara la fiel afición. Abrasaron mis entrañas malignos ardores, que los médicos no lograron vencer. Caminante, te ruego que derrames flores sobre mis cenizas. Tal vez tú me aplaudiste mientras vivía.
Epitafio (s. III) encontrado en Tarragona.
Hoy damos un nuevo salto en el tiempo. Nos acercamos a Roma y a su espectáculo más grandioso, las carreras de carros. Y lo hacemos de la mano de esta inscripción sepulcral (quizá una de las más elocuentes y bellas de las encontradas en suelo hispano), que da cuenta de la popularidad que disfrutaban los aurigas o conductores de carros, comparable a la que en la actualidad poseen los mejores futbolistas y pilotos de automovilismo. Eran los profesionales mejor valorados y contaban con un séquito de aficionados incondicionales que defendían sus logros y erigían monumentos, como éste que acabamos de leer, para mantener vivo su recuerdo y la gloria alcanzada.
Pero ¿existían realmente los equipos o escuderías? ¿Cómo eran las construcciones que albergaban estas competiciones? ¿Eran peligrosas o incluso mortales estas carreras?
Tetradracma con la imagen de una cuádriga. Arriba una diosa de la victoria lleva la corona con la que premiar al vencedor |
Roma constituye la civilización del espectáculo. Grandes divertimentos públicos eran ofrecidos regularmente por la cúpula política y económica a la plebe, intentando sacar algún provecho. Las carreras de carros y otras pruebas hípicas eran conocidas como Ludi circenses y fueron los que más entusiasmaban a los romanos, puesto que la tradición remontaba su origen al mito de la fundación de Roma. Tito Livio (1, 9) cuenta cómo Rómulo ya organizó carreras en el circo para atraer a los sabinos y así, raptar a sus hijas y esposas. Con el tiempo estos espectáculos fueron mejorando su decoración. A los juegos de un día siguieron ludi de una semana. En época imperial se llegaron a alcanzar las cien carreras diarias durante una o dos semanas seguidas en la ciudad de Roma. La atracción para que hombres y mujeres asistieran como espectadores se acrecentaba ya que se les lanzaba pan, dulces, frutas, e incluso dinero y boletos que daban oportunidad de ganar premios en metálico. Incluso en nuestros días, tal entusiasmo en el desarrollo de las carreras es difícil de imaginar.
Mosaico del Circo de Cartago. Museo Nacional del Bardo, Túnez |
El espacio para las carreras se llama circo y tenía una forma alargada con un extremo curvo y otro recto, donde se alineaban los carros para la salida. El circo se dividía en dos partes por un muro o spina en torno al cual giraban los carros. La carrera consistía en realizar siete vueltas completas a la pista. El carro estaba formado por dos ruedas, un piso y un parapeto circular delantero. Las carreras se diferenciaban por el número de caballos que tiraban del carro. Lo más usual era que fuesen cuatro (cuadriga) o dos (biga). Los conductores o aurigas iban atados por la cintura al tiro de los caballos. Iban vestidos con un túnica y cubiertos con mallas en brazos y piernas. Además, llevaban un pequeño cuchillo en el cinturón para cortar los nudos de los tiros y evitar ser arrastrados por los caballos en caso de accidente.
Los aurigas se distribuían por facciones o equipos que se distinguían por el color de sus túnicas. Llegaron a existir cuatro: Rojos, Blancos, Azules y Verdes. Cada facción estaba constituida por una familia qudrigonia, de la que formaban parte los aurigas, los veterinarios, los guardianes y los responsables de la puesta a punto de los carros. Como vemos, su organización guarda un gran parecido con las escuderías automovilísticas de nuestro tiempo.
Mosaico con las cuatro facciones. Museo del Palazzo Massimo, Roma |
La salida la indicaba el presidente de los Juegos, arrojando un pañuelo blanco al suelo. El auriga, de pie sobre el carro, se inclinaba hacia atrás sujetando las riendas con la mano izquierda y manejando el látigo para azuzar a los caballos con la derecha. La táctica de los participantes estribaba en colocarse lo más cerca posible de la spina o cerrar el paso al rival. El momento crítico eran las curvas, donde se producían vuelcos y el auriga podía ser arrastrado por los caballos o pisoteado por otros carros.
Los premios consistían en una palma o una corona de laurel, pero además recibían dinero, tierras y caballos. La situación social de los aurigas es bien conocida. A los campeones del circo se les erigían estatuas pagadas con dinero público e inscripciones, inmortalizando en piedra sus victorias. Muchos de ellos tenían un origen humilde, incluso esclavos. Sin embargo, gracias a la sus victorias y celebridad pudieron acumular una gran fortuna con la que comprar sus libertad.
A través de este tipo de inscripciones conmemorativas conocemos a dos insignes aurigas hispanos.
Uno de ellos fue Cayo Apuleyo Diocles (s.II). Una lápida de Roma resume su trayectoria profesional. Sabemos que este lusitano compitió durante 24 años en los que consiguió 1462 victorias antes de retirarse a los 42 años. Nunca antes un auriga ingresó tanto dinero por sus carreras. Para conocer más sobre su biografía, es muy interesante la novela de Jesús Maeso De la Torre: El auriga de Hispania.
En las excavaciones del Santuario de Olimpia de 1878 se descubrió esta inscripción localizada en la basa de un monumento erigido por un campeón olímpico: "El pretor Lucius Minicius Natalis que venció con el carro indemne en la 227 Olimpiada, hace donación del carro. Fue cónsul y procónsul en Libia".
Hoy sabemos que Lucius Minicius fue un patricio romano, natural de Barcino (actual Barcelona) que consiguió la victoria olímpica en el año 129. Es preciso resaltar que los campeones olímpicos eran los propietarios de los caballos, no los aurigas. Posiblemente el conductor de la cuádriga fuera un esclavo tarraconense. Podemos contemplar una copia exacta de esta inscripción y zócalo frente al INEFC de Barcelona, en Montjuïc.
La gran pantalla también se ha encargado de reproducir el espectáculo del circo. Considerada por los expertos como la escena más peligrosa jamás filmada, la carrera de cuádrigas de la película Ben-Hur (1959) sigue siendo hito en la historia del cine, una ventana que evoca la intensidad del espectáculo romano; que recrea las estratagemas de los aurigas, la violencia de los accidentes y el interés político y económico de la competición. Se necesitaron tres meses para filmar esta escena de veinte minutos, se construyó un decorado gigantesco a base de madera, yeso y piedra. Participaron más de quince mil extras.
Curiosidades:
- El Circo Máximo de Roma fue la construcción "deportiva" más grande del mundo, con un aforo de 250.000 personas.
- Uno de los cinco circos romanos era el Circo Vaticano. El actual obelisco de la Plaza de San Pedro es el que decoraba la spina del recinto.
- Los caballos ganadores también eran laureados. El premio consistía en una palma triunfal y cebada.
Para saber más:
- Espectáculos en Hispania
- Origen de las carreras de carros en Roma
- El Circo Máximo de Roma
- El Circo de Mérida
- Materiales didácticos para el aula